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(Prensa COV ) El 15 de junio 2018 Víctor Betancourt escribió con constancia, excelencia y esfuerzo su nombre en los III Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018. Alcanzó su clasificación en la disciplina de la gimnasia artística durante el Panamericano Juvenil que se llevó a cabo en tierra argentina el presente año, con un puntaje de 21,550 en los ejercicios de suelo. “Esta ha sido la competencia más importante para mí. Es una meta que tuve desde muy pequeño, soñé con las olimpiadas juveniles y ahora seré parte de ellas”, expresó Betancourt.
“Increíble, es la única palabra que tengo para describir lo que siento al saber que estaré en Buenos Aires. Estoy satisfecho al ver que todos mis sacrificios de pequeño dieron resultados”, argumentó el gimnasta venezolano de 16 años de edad.
El nativo de Carrizal, Estado Miranda, en su infancia se caracterizó por ser un niño proactivo. Siempre demostraba sus habilidades para hacer acrobacias, fuerza y velocidad. Motivo por el cual a los cinco años de edad su madre decidió iniciarlo en el mundo deportivo; siendo la gimnasia artística la elegida, debido a las destrezas que demostraba.
Al pasar los años desarrollo y fortaleció las técnicas esenciales. A su vez, dejó ver madurez a la hora de realizar los entrenamientos y presentaciones, la frialdad y confianza con la que ejecuta los ejercicios se convirtieron en características claves en su camino al éxito.
Con innumerables triunfos se dejó ver en la vitrina nacional, abriéndose así paso a las competiciones internacionales. En 2017, se colgó la plateada durante los III Juegos Suramericanos de la Juventud en Santiago de Chile, con una puntuación de 12.73 en las barras paralelas.
Dentro de sus ídolos realza la figura del japonés Kōhei Uchimura, siete veces medallista olímpico y diecinueve veces medallista mundial. “Es un gimnasta totalmente impresionante. La forma de competir y las dificultades que establece en cada una de sus presentaciones. Disfruto observarlo y trabajo para ser tan bueno como él”.
Engrandeció la presencia y el significado que posee la familia en su vida, describiéndolo como un pilar fundamental en su evolución personal y como deportista. “La primera persona a la que admiro es a mi papá porque es muy inteligente y luchador. Él nunca se preocupa, busca soluciones y el lado positivo de todo lo que sucede. Me inspira a crecer cada día para ser un excelente atleta y un mejor ser humano”.
A su corta edad posee la responsabilidad de vestir el tricolor en la edición juvenil más prestigiosa dentro de los eventos multidisciplinarios. Actuación que ansía inmerso en entusiasmo y nerviosismo. “Nunca dejen de creer y luchar por sus sueños, no hay imposibles cuando se trabaja todos los días. Hay que atreverse a creer, soñar y hacerlo realidad con constancia”, puntualizó.
La sucrense se adueñó del récord nacional del hectómetro y quiere mucho más en los Juegos Olímpicos de la Juventud
( Prensa COV ) Orangys Jiménez debía ser una criatura de las aguas. Su madre quería que practicara natación, y así la invitaba ese mar ante el que creció, en Cumaná. Pero lo de ella era que sus pasos volaran sobre la tierra, y optó por el atletismo, que comenzó a practicar a los 11 años.
Todo comenzó en un campito de tierra, porque en el estadio de su ciudad no hay pista sintética. Aun en esas condiciones, Orangys se hizo notar, hasta el punto de incorporarse a la selección nacional, con la que llegó a disputar el año pasado el último mundial menor de la historia, el de Nairobi, Kenia.
“Esa fue una gran experiencia, porque yo siempre había soñado con ir a un Mundial. Imagino que será parecida a la que viviré en Buenos Aires”, apunta la atleta de Sucre, un estado que suele aportar poco a los combinados nacionales de atletismo, y cuyo único referente actual es una maratonista, Zuleima Amaya.
Orangys está en las antípodas: velocidad pura. A los Juegos Olímpicos de la Juventud llegó en 100 m planos y a Nairobi en 200 m. “En los dos casos fue muy difícil clasificar, un camino muy complicado”, recuerda la corredora de 16 años.
En el Mundial de Kenia, la oriental estuvo apenas a seis centésimas de lograr un puesto en la final de los 200 m. En la primera ronda, logró un récord personal de 24.74 que la ubicó cuarta en su serie y décima en la general. En la semifinal volvió a mejorar su registro de por vida, con un 24.59 que no fue suficiente para meterse entre las ocho mejores.
Un año después, ya concentrada en Caracas, Orangys se convertiría en dueña absoluta de la velocidad en categoría menor. El 19 de mayo se apoderó del récord nacional de 100 m, con un 11.72 cronometrado en Bogotá que derribaba el 11.74 de Wilmary Álvarez vigente desde hacía casi 18 años. Apenas transcurrieron 10 días y en Barquisimeto, volvía a borrar un hito de Álvarez, el de los 200 m, que de 23.83 pasó a 23.40, luego de más de 16 años de vigencia.
La suerte olímpica de Orangys terminó de sellarse en el Suramericano de Cuenca, Ecuador, el pasado 3 de julio, cuando se apuntó la medalla de bronce en los 100 m y marcó un 12.06 que apuntalaba sus opciones de cara a Buenos Aires. Ahora que sabe que puede incluso con los imposibles, como convertirse en una gran velocista corriendo en un campo de tierra, Orangys se atreve a seguir soñando, ¿por qué no?, con una medalla en los Juegos Olímpicos de la Juventud.